martes, 23 de octubre de 2012


La Práctica del No Juzgar

Por Dr. Alberto Villoldo

Tomado del Libro Las Cuatro Revelaciones del Dr. Alberto Villoldo,esta
práctica forma parte de la primera revelación.


Para practicar el no juzgar, debemos trascender nuestras limitadas
creencias, incluso las que tenemos sobre el bien y el mal.

Le damos un sentido al mundo al juzgar las situaciones como «buenas» o
«malas» de acuerdo a reglas definidas por nuestra cultura. Estas reglas
constituyen nuestro código moral. Pero un Guardián de la Tierra es amoral.
Eso no quiere decir que sea inmoral, sino que simplemente no se rige por
tradiciones. El Guardián cree que es importante desprenderse de este tipo
de juicios y mantener su capacidad de discernimiento.

Cuando practicas el no juzgar, te niegas a seguir automáticamente la
opinión de los demás en cualquier situación. Al hacer esto, comienzas a
tener un sentido de la ética que trasciende las tradiciones de nuestro
tiempo. Esto es importante hoy en día, cuando las imágenes de los medios de
comunicación se han convertido en algo más convincente que la realidad, y
nuestros valores –libertad, amor, etcétera- son reducidos a eslóganes y
palabras vacías.

Cuando te niegas a colaborar con la visión consensual, adquieres una
perspectiva diferente. Descubres lo que la libertad significa para ti a
nivel personal, y que no es lo que cuentan los políticos en sus bien
ensayados discursos. Comprendes que la libertad es mucho más que poder
elegir entre varios modelos de coches o entre opciones de un menú.

Nuestros juicios son suposiciones que están basadas en lo que hemos
aprendido y en lo que nos han contado. Por ejemplo la mayoría de nosotros
cree que el cáncer es una enfermedad mortal, de modo que si el doctor nos
dice que la padecemos, nos quedamos aterrorizados. Sin embargo, si
practicamos el no juzgar, rechazamos la creencia automática de que esto
significa que vamos a tener que luchar por nuestra vida. Podemos estar de
acuerdo en seguir el tratamiento que nuestro médico recomienda, pero no
aceptamos el hecho de que tenemos unas probabilidades de recuperación del 1
al 99%.

No calificamos nuestras posibilidades de supervivencia, sean éstas buenas o
malas, ni tampoco les consignamos ningún número, porque eso sería entregar
nuestro destino a las estadísticas. En lugar de eso, lidiamos con el
problema que tenemos entre manos, no sólo desde el nivel literal de nuestro
cuerpo, sino desde el nivel de percepción más elevado que podamos.

Nos permitimos aceptar lo desconocido, junto con sus infinitas
posibilidades.

Hace algunos años, por ejemplo, a un amigo mío se le diagnosticó cáncer de
próstata. Afortunadamente, en esa época el vivía con un curandero, quien le
dijo: «No tienes cáncer; tus radiografías sólo muestran algunas manchas que
con el tiempo se curarán». Al cabo de un mes, esas manchas pudieron ser
sanadas.

Si mi amigo hubiese calificado esas manchas como «cancerosas» y tejido una
historia en torno a ellas, se habría convertido en un «paciente de cáncer».
Si hubiese aceptado esta historia literal sobre su enfermedad, estaría
condenado a convertirse en una estadística –en su caso, a formar parte del
40% de los pacientes que se cura o del 60% que no lo hace.

Sus posibilidades se habrían reducido para convertirse en probabilidades,
porque, al saber que llevaba las de perder, no habría sido capaz de
imaginarse dentro del 40% de los que se curan. Por eso les enseño a mis
alumnos a trabajar con sus clientes antes de que éstos reciban los
resultados de las biopsia, antes de que las manchas que aparecen en las
radiografías reciban un nombre y que la historia del «cáncer mortal» quede
grabada en su mente y se convierta en una profecía que se cumple a sí misma.

Recientemente, una mujer llamada Alyce llamó para pedir consulta con
Marcela, que forma parte de nuestro personal. Alyce se había hecho una
mamografía y se le había encontrado un bulto en un pecho. Marcela le
preguntó si quería que comenzara a trabajar con ella antes de la biopsia,
para intentar influenciar los resultados, o si prefería esperar hasta
después. Alyce eligió la primera opción. A la semana siguiente, recibió una
llamada de su médico. Este le dijo que habían cometido un error, ¡habían
confundido su mamografía con la de otra persona, y la suya era
perfectamente normal! De modo que nuestras historias no sólo influyen en
nuestra forma de ver la vida, sino también en el «mundo real» -en este
caso, ¡curando una situación que ya había sucedido!

Siempre podemos crear una historia mítica en torno a nuestro viaje, una
historia que nos ayude a crecer, a aprender y a curarnos. A fin de cuentas,
es posible que no podamos alterar las manchas en una radiografía, pero sí
curar nuestra alma y comenzar a educarnos por fin en las lecciones que
hemos venido a aprender en este mundo.

Nuestra lección puede ser ir más despacio y apreciar a las personas que nos
rodean, dejar de aferrarnos a una existencia que hemos vivido como
sonámbulos porque creímos que debíamos vivir nuestras vidas de una cierta
forma; o, desde la perspectiva del colibrí, estas manchas pueden ser una
llamada de advertencia para que hagamos los cambios que hemos estado
evitando.

Hemos creado grandes historias en torno al cáncer, el sida y otras
enfermedades, pero no en torno a otras dolencias. Si el médico nos dice que
no tenemos un parásito, por ejemplo, la mayoría de nosotros no se pone a
pensar en los millones de personas alrededor del mundo que mueren a causa
de infecciones producidas por parásitos ni comienza a angustiarse con la
idea de que va a morir. No hemos construido ninguna historia alrededor de
esta enfermedad, aunque a menudo resulta ser fatal.

Esto es en parte porque existe poco interés comercial o monetario en
perpetuar estas historias. El tratamiento de las infecciones producidas por
parásitos, aunque afectan a alrededor de dos mil millones de personas en
todo el planeta, no es un gran negocio para las grandes compañías
farmacéuticas, a diferencia del cáncer, el colesterol y las enfermedades
cardíacas. Las historias de miedo ayudan a vender medicamentos.

Cuando no juzgas la enfermedad ni te dejas dominar por el miedo de que vas
a morir, es más fácil que puedas percibirla desde un nivel más elevado y
escribir una historia mítica. De modo que si tienes un parásito, podrás
reconocerlo como la manifestación literal de la ira tóxica de otras
personas que tú has interiorizado. Alternativamente, podrías descubrir que
te has desviado de tu camino y que estás viviendo una vida que es venenosa
para ti.

Cuando practicamos el no juzgar, ya no padecemos enfermedades –tenemos
oportunidades para la curación y el crecimiento-. Ya no sufrimos traumas
pasados –tenemos acontecimientos que han moldeado nuestra personalidad-. No
rechazamos los hechos –nos oponemos a la interpretación negativa de estos
hechos y a la historia traumática que nos sentimos tentados a tejer en
torno a ellos. Entonces creamos una historia de fuerza y compasión basada
en estos hechos.

La revelación 1 se llama el camino del héroe porque los chamanes y
curanderos más eficaces reconocen que ellos también han sido profundamente
heridos en el pasado, y que a raíz de su curación han desarrollado una
fuerte compasión por los que sufren. Con el tiempo, sus heridas se
convirtieron en dones que les permitieron sentir más profundamente las
cosas y mostrar más compasión por los demás.

En otras palabras, ¿quién mejor para ayudar a un alcohólico que alguien que
esta en recuperación, que reconoce las mentiras que el alcohólico se dice a
sí mismo y que conoce el coraje que hace falta para superar esta
adicción?¿Quién mejor para auxiliar a un hosco y colérico adolescente que
un adulto cuya adolescencia estuvo marcada por la rebeldía, el
resentimiento y la inseguridad, pero que conseguido curarse a sí mismo?
Cuando alguien ya ha pasado por esas experiencias, es más fácil
desprenderse de los juicios y calificaciones, y centrarse en la curación.

Tomado del Libro Las Cuatro Revelaciones del Dr. Alberto Villoldo, estapráctica forma parte de la primera revelación.